jueves, 4 de junio de 2020

Bocaditos simil o tipo “MARROC" y "CREMINO"


Marroc es una marca registrada ya que el producto fue creado por Felfort con mucho éxito, bocadito de chocolate con pasta de maní, el cremino es italiano, del Piamonte, igual al marroc pero en lugar de pasta de mani pasta de avellanas



Ingredientes:
  • 200 gs chocolate cobertura con leche
  • 80gs chocolate cobertura blanco
  • 100gs de maní tostado sin sal y sin cáscara /o 100g de pasta de maní
  • 2 cucharadas de aceite de maíz
Procedimiento:
1- Lo primero que tenemos que hacer es preparar la “mantequilla de maní” -ya se puede adquirir preparada en frascos-. Para ello debemos tostar el maní sin cáscara y sin la cascarilla roja que lo recubre, lo colocamos en un licuadora, molino o mixer y comenzamos a molerlo agregando el aceite de maíz hasta logra una pasta semilíquida.

2- cubrimos una placa o fuente con bordes -aproximadamente 20 x 14 cm- con film.

3- Fundimos en microondas 100 gs de chocolate cobertura con leche y agregamos 2 cucharadas soperas de pasta de maní, unimos bien y colocamos en la fuente golpeándola levemente para que asiente bien y no forme burbujas, alisamos con una espátula y llevamos unos minutos a la heladera.

4- derretimos los 80gs de chocolate cobertura blanco y le agregamos 3 cucharadas de mantequilla de maní, mezclamos bien y cubrimos con ello la placa que contiene el chocolate con leche, volvemos a zarandear para evitar burbujas, alisamos con espátula y llevamos a la heladera.

5- derretimos los 100gs restantes de chocolate con leche y agregamos 2 cucharadas de manteca de maní, colocamos sobre la capa anterior de chocolate blanco y volvemos a enfriar en la heladera.

6- Una vez solidificado retiramos, desmoldamos sobre una tabla y procedemos a cortar con un cuchillo bien afilado en cuadrados, triángulos o rectángulos.

7- Guardamos cada bombón en papel aluminio o si la temperatura lo permite los disponemos en bandejas.



Historia del Marroc
Este relato lo encontre en la página Historias mínimas de Bs As, Cuenta como se invento el marroc y como Felipe Fort se quedó con el... No se si sera verdad, pero a quién le importa mientras sea entretenida.....



Debo confesar un horror de estos tiempos, seguramente imperdonable: el fútbol y yo no nos llevamos. Poco puedo hablar de este deporte. Sin embargo, estamos discurriendo el Mundial de Rusia 2018, y uno de los países participantes trajo a mi frágil memoria un evento, el cuál creo que vale la pena compartir.

Es una historia conocida (no crean que no), es que simplemente algunos prefieren no recordarla.....
Y todo comenzó detrás de esa puerta de madera, de Balcarce 1050 (de las dos, la de la izquierda), pleno San Telmo, donde funcionaba una pensión/conventillo, que albergó una pequeña historia, de estas muy pequeñas.
Allá por 1927 Hossam Maissar llamaba la atención: era el único negro que trabajaba como peón de descarga en el puerto de Buenos Aires. Escapado de África empujado por el hambre y la miseria (y llegado a nuestro país como polizón en un barco de cargas) se encontró con una sociedad amable y que le daba la oportunidad de ganarse su propio sustento a través del trabajo.
Claro, no había sin embargo mucha posibilidad para un negro más allá del puerto, o del Mercado de Abasto o de ser chófer de algún personaje importante.
Sin embargo, en aquel país que era Argentina, cuando los inmigrantes bajaban del barco, ya se encontraban con ofertas de trabajo de ese tipo.
Lo de Hossam fué ser peón de descarga, lo primero que tuvo a mano.
Es que no podía perder tiempo. Primero porque no había venido solo, lo acompañaba en la aventura su hermosa mujer, Malika Eddine, a quien Hossam había secuestrado del seno de su familia, ya que en ese pais los Maissar y los Eddine, conformaban una especie de Montescos y Capuletos....aunque del norte de África.
Malika lo aguardaba todas las noches en la pensión Balcarce 1050. Pese al miedo que esa niña de 19 años poseía (una nueva sociedad, un país extraño, sin amigos ni familiares), se las arreglaba para recibir, abrazar y llenar de amor a ese negro enorme y con cara de malo, que llegaba muy cansado. Lo contenía, y juntos suspiraban la nostalgia por su tierra natal.
Pero el "lujo" de tener un techo se pagaba por día, y el dinero no alcanzaba. La retribución que percibía Hossam por el duro trabajo de enganchar la red a la pluma de la grúa, ingresar a la bodega del barco y cargarla de productos, para luego recibirla nuevamente en el muelle, desenganchar la red, descargar los productos de la misma y subirlos al camión, era más bien miserable.
Le pagaban unos 8 pesos diarios, por dia la habitación costaba al menos 12 pesos: la cuenta no cerraba. Y encima había que comer.
A veces las bolsas y los bultos que se descargaban de las bodegas se rompían, y los peones podían hacerse de un pequeño tesoro, más que nada cuando era carga de productos comestibles que se importaban de distintos países.
Cierto día Hossam llegó a la pensión con trozos de masa de cacao sólida, casi unos 8 kilos de chocolate sin refinar, y una bolsa de pasta de maní, otros 4 kilos. El lo trajo, para algo iría a servir.
Picarlo con un cuchillo y comer esa pasta amarga fué la opción más coherente, para mitigar en algo el hambre que tenían.
Malika decidió fabricar unos dulces, para ver si podían venderse. Los apuraba el desalojo de la habitación, con el que los había amenazado el dueño del decadente conventillo, si no pagaban esa noche. Debían ya 24 pesos y no les iba a tolerar más: al igual que hoy, había mucha demanda de un techo, y poca oferta.
Malika, como dijimos, tomó una lata de dulce de membrillo, y con sus módicos conocimientos culinarios, empezó a mezclar ese chocolate y ese maní, de las formas más diversas en las que se pudieran mezclar. En ese año de 1927, en el que los postres dulces eran dulces, ese cacao amargo solo pudo derretirse y alivianarse con algo de leche. Y ese maní amargo era impensable.
Sin embargo, luego de muuuuchos intentos, Malika logró una pasta untuosa y consistente. La distribuyó sobre el comunitario mármol de la cocina, y empezó a cortar tapitas rectangulares. De ahí a hacer una especie de "sandwichitos" relleando con la pasta de mani , hubo un solo paso.
Con esa proto-golosina, un canasto repleto de ellas, se encontró Hossam al llegar a la habitación.
Malika, muy preocupada por la falta de dinero y ante el tenor de que apareciera el dueño del conventillo, le pidió a Hossam que saliera a intentar vender aunque sea diez de esas golosinas, para sumar magros 1 o 2 pesos a la pobre ganancia diaria.
Hossam, agotado, sin embargo le regaló a Malika una sonrisa enorme y un gran beso enamorado. Tomó el canasto, y caminando por la calle Defensa hacia el Centro, empezó con la aventura de vender y sobrevivir un día más en este extraño país.
Pasaron tres, cuatro horas, y estaban por cumplirse cinco cuando Malika empezó a preocuparse por la suerte de su negro. No pasó mucho más, hasta que la gigante silueta se recortó por debajo del dintel de la puerta: Hossam había llegado. Y estaba agotado.
Solo una frase pronunció: "J'ai tout vendu!". O sea "Vendí todo!".
La pequeña y frágil Malika Eddine, esa que se animó a todo junto a su gran amor Hossam Maissar, estaba feliz. Y era lo único que a Hossam le importaba. Buenos Aires era un paraíso cuando Malika reía.
Hossam, desde ese día, toooodas las tardes al llegar, agarraba el canasto, y salía a vender esa deliciosa golosina por las calles.
Su punto de venta era un árbol que se encontraba (y ese árbol sigue estando), frente a la barranca de la mal llamada Plaza Francia, justo frente a lo que hoy conocemos como puerta de ingreso al Centro Cultural Recoleta (CCC).
Y le vendía las golosinas de Malika (Malicasinas?) a los hijos de las más que aristocráticas familias que se habían mudado a Recoleta desde San Telmo, huyendo de la epidemia de fiebre amarilla. Cuando aparecía el negro Hossam, era como un sinónimo de la alegría para esos pudientes niños, que le compraban bocadito tras bocadito.
Esos seis meses fueron una buena época para Malika y Hossam.
Pero (como uds, queridos amigos, se imaginarán si son parte de este selecto grupo), el diablo siempre suele meter la cola en estos relatos....
Cierta tardecita, al bueno de Hossam, se le acercó un muchachito de unos 27 años
Este muchachito lo habia estado observando al buen negro durante tres o cuatro horas, tratando de descubrir que era aquello que tan bien se daba entre los niños, que parecían desesperados por adquirir.
Le pide a Hossam que le venda un bocadito de esos. Le pareció extraño, a él solo le compraban niños, pero le vendió: 25 centavos eran 25 centavos y no estaba para desaprovechar.
El muchachito le pagó, le agradeció, y volvió al banco de la plaza (este ya no se encuentra), a degustarlo.
No podía creer cómo ese tosco y burdo cuadrado de algo que parecía chocolate....era tan pero tan delicioso! Y no era tan dulce, eso era lo grandioso.
El muchacho, tan joven, ya había fundado una fábrica, pero no tenía productos. Ese era uno especial.
Se acercó nuevamente a Hossam....y sucedió lo inevitable.
El muchachito (Felipe) le compró todos los pocos "malika-ditos" que le quedaban y, encima, le preguntó (no inocentemente, se verá) por los ingredientes del mismo.
Cómo Hossam no sabía traducir ni explicar en buen castellano lo que Felipe le consultaba, se lo dibujó.
Una bolsa de chocolate, otro dibujo de manies, y así.
Agradecido, Felipe se despidió y fué a su fábrica a practicar lo descubierto y todas sus variantes.
Obvio, descubrió la receta original y (también obvio), la mejoró un poco, escribió una receta casi idéntica, realizó un croquis en base al dibujo de Hossam y todo todo eso....lo registró.
Apenas registrado como dueño, y mediante la fuerza pública, Felipe no le permitió más a Hossam vender los deliciosos bocaditos de Malika en todo Buenos Aires.
Dos años de prueba le llevó a Felipe fabricarlos y comercializarlos, hasta que los lanzó al mercado y fueron un éxito absoluto.
Pese a todo (y porque era un empresario "bondadoso" y con "buenos escrúpulos" -textual de sus biógrafos-), Felipe Fort (el muchachito), nombró al bocadito en honor a la nacionalidad marroquí del pobre Hossam: MARROC ®.
Pd1: en 1937 un Hossam Maissar en la miseria, muy venido a menos físicamente y con una salud más que endeble, se presentó en la fábrica "Las Delicias, de Felipe Fort", pidiendo por favor trabajo. Malika ya hacía unos años que había fallecido, víctima de la decepción y una neumonía mal curada. Fort, tal vez porque recordaba al negro y porque extrañamente había sentido por vez primera algo parecido a la piedad, le dió trabajo.
Pd2: Fort le dió trabajo. Pero eso sí: Hassam fué destinado a la línea donde se fabricaba el bocadito Marroc, por lo que durante dos años se lo vió trabajando en el armado de esas deliciosas golosinas, que tanto le recordaban a su único amor.
Pd3: tal vez por eso, en 1940 no renuncia, simplemente desaparece de la fábrica, y también de Buenos Aires. A lo mejor (digo yo) por el profundo dolor que habitaba su noble alma. Lo último que se supo de él fué como peón de campo en una estancia del sur de Santa Fé, donde murió apuñalado (ya muy débil, triste y demacrado) en una estúpida riña de borrachos. Su cuerpo hallado dos días después, quedó tirado a la vera de un camino, semi tapado por el barro.
Pd4: en 2018, el bocadito Marroc sigue siendo un éxito descomunal de ventas.

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