domingo, 26 de agosto de 2012

Las Chamanas del Té (de “el arcón de los recuerdos”)


El té, una costumbre que va y vuelve en la moda de los bares y restaurantes, me refiero a si está en alza o en baja ya que la costumbre nunca se ha perdido, resulta siempre una experiencia única para los bebedores de está infusión, sino mira como se me ha fijado en el recuerdo:

El té de las chamanas
Me invitaron en una ocasión a la ceremonia del té; fue una experiencia excitante; pero como intenté respetar las reglas ortodoxas de tal ceremonia, que dicho sea de paso dura varias horas, me senté en la forma habitual que lo hacen los japoneses sobre mis pantorrillas- no te cuento que bochorno pasé al intentar levantarme luego de que mis piernas parecían dormidas para siempre.



Pero ese no es el caso. Solía agradecer inmensamente cada vez que Elizabeth Dack-Bhrens (Echi), me hacía una invitación a su casa para tomar el té. Por ese entonces ella habitaba una regía mansión de estilo colonial en una zona preciosa de la bella Asunción del Paraguay en el barrio Seminario, que toma ese nombre porque en las cercanías se halla un seminario católico, rodeado de un amplio parque con mucha vegetación, al igual que toda la zona; árboles de mango, aguacates o paltas, pitas, tayis, lapachos, y otras variedades que además de brindar frescura con su frondosidad, nos hacían el regalo de sus frutos y flores.

La casa Echi también estaba rodeada de árboles y bellos jardines, al entrar a ella uno se sentía invadido por la sensualidad del perfume de jazmines, producto de las estufitas de esencias, que Echi prendía con anterioridad para agasajarnos, y en las que colocaba los aceites que se iban evaporando, a eso se sumaba sobre las chimeneas –había dos, una en la sala de recibir, y otra en la sala más grande que hacia las veces de sala de estar y comedor diario-, velas de todos los tipos y formas que al estar encendidas otorgaban al lugar un clima mágico.
Bueno, también cohabitaban la casa dos cocinas, una amplia con la presencia de una cocinera y la visita de jardineros y personal de mantenimiento, y otra -anexada a la anterior- apenas traspasando una puerta y conectada directamente a la sala, que más que cocina resultaba un pequeño laboratorio de sensaciones, con muchísimos frascos y recipientes con todo tipo de condimentos, hierbas, tés y cuanta salsa o mermelada y conserva de frutas o verduras se te ocurra (era como un laboratorio privado de Echi, y que se me permitió el uso, casi prohibido para otras personas, en dos o tres ocasiones). Echi en ese tiempo pintaba sobre seda conservo una corbata confeccionada especialmente para mí con mis colores, y, recuerdo echaba las cartas con un mazo muy especial de naipes redondos –feministas- producto de su aprendizaje con chamanas.

El té en sí era toda una experiencia de sabores y perfumes traídos de sus largos viajes, y producto de una concienzuda recolección de hierbas en muchas tiendas especializadas, preparado a veces, en un recipiente transparente, el cual poseía un deposito especial para las hebras, y echándole por encima agua caliente se obtenía el delicioso brebaje que se mantenía caliente gracias a una pequeña vela que se hallaba por debajo; las infusiones adquirían colores desde el dorado intenso hasta el rojo escarlata de acuerdo a la mezcla utilizada; el perfume que invadía las fosas nasales, producto de ello, era música para el alma; los había con canela, con clavo de olor, con cardamomo, con jazmines, con rosas, con frutas y cáscaras secas, y miles más, algunos dulces y picantes, otros suaves o intensos.
Producto de esta bella experiencia y de mis investigaciones sobre los afrodisíacos puedo ver que el té en sí tal vez no sea un afrodisíaco muy potente, pero preparado de esa manera aseguro que es de una sensualidad exquisita.
Gracias Echi por brindarme la experiencia de tus conocimientos tanto en la cocina como en la vida, y por compartir esos té tan maravillosos que nunca olvido.


Los momentos verdaderamente queridos y vividos, son comparables con los buenos vinos; puede romperse la copa y perderse el sabor, pero jamás se olvidan...
 


Historias en la literatura
Un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, cambié de idea. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llamaban magdalenas, que parece que tienen por molde una coquille Sain-Jacques. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cuchara de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo Y de pronto el recuerdo surge.
Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tilo que mi tía me daba la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino a mi memoria como una decoración de teatro; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer los recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses, que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así, ahora, todas las flores de nuestro jardín y las del parque de Monsieur Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.
POR EL CAMINO DE SWANN -Marcel Proust-

Norberto E. Petryk, chef

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